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La obra que nos ocupa es una precuela, algo así como el Episodio Uno de Star Wars, en la que se narra la historia del villano. En el caso de Darth Vader, la historia era predecible, lineal y sencilla. En el caso de la génesis de la Bruja del Oeste, asistimos a una historia asombrosamente compleja acerca del bien y el mal, a un análisis psicológico impropio del imaginario de El Mago de Oz y a un thriller político que nos descubrirá un reino con sus bondades y sus miserias.

En ese sentido, estoy convencido de que Wicked es la mejor obra derivada de El Mago de Oz, a pesar de que el título en español pueda hacernos pensar que se trata de una novela juvenil (el original inglés es mucho más sólido: Wicked: The Life and Times of the Wicked Witch of the West).

No en vano, Wicked, desde 1995, ya ha vendido un millón de ejemplares y se ha convertido en un exitoso musical que arrasa en Londres, Nueva York, Chicago y Los Angeles (aunque al argumento le hayan amputado su carga más incendiaria).

Gregory Maguire ha conseguido tejer una astuta novela de fantasía para adultos que en nada se parece a la trama en technicolor que se nos viene a la cabeza cuando pensamos en Oz y el la Bruja del Oeste. Sí, aquí la bruja también es verde a causa de una desconocida patología dérmica, también tiene miedo al agua, pero aquí acaban las comparaciones. Porque de la Bruja del Oeste sólo sabemos que era mala. Pero ¿por qué alguien decide ser malo? ¿Se decide? ¿Si nosotros somos los malos para el malo, quién es realmente el malo?

Esta biografía comienza desde el nacimiento de la bruja, llamada Elphaba, hija de un devoto clérigo unionista y una madre más bien casquivana. Al poco de nacer, Elphaba, con sus dientes afilados, arrancará de un mordisco un dedo de la comadrona, y las ayudantes comentarán jocosamente que pobre del chico que se acabe acostando con Elphaba, pues perderá el pene de un bocado similar. Como dije, nada de infantilismos; más bien al contrario: hay sexo, hay muerte y hay pensamientos turbadores.

Elphaba se caracterizará por sus silencios, su ausencia de llanto, su repelencia al agua, su carácter arisco pero, ante todo, por su piel verde. ¿Quizá la madre, aficionada a coleccionar amantes, durante una noche de alcohol o droga se acostó con un elfo?

La niña es verde –susurró Nana confidencialmente-. Quizá no lo hayas notado, atraída por su calidez y su encanto. Sabemos muy bien que la buena gente de Rush Margins jamás se fijaría en un detalle como ése. Pero como es verde, la niña es tímida. Mírala. Parece una tortuguita asustada en primavera. Necesitamos sacarla al exterior y alegrarle la vida, pero no sabemos cómo hacerlo.


Luego, más tarde, también seguiremos los pasos de Elphaba cuando ingrese en la Universidad de Shiz, a la que sólo acuden los alumnos más brillantes de Oz; donde, también, Elphaba será objeto del ludibrio de sus compañeras, todas de alta alcurnia. Pero acabará Elphaba por hacer un incondicional grupo de amigos, y se pasará gran parte de sus años de estudiante leyendo libros y más libros, defendiendo los derechos de los Animales (que, a diferencia de los animales, en minúscula, están dotados de lenguaje y conciencia) y aprendiendo ciencia (que le parecerá más interesante que la hechicería).

Es por convicción religiosa que te mantienes siempre tan seca, Elphie? –le preguntó una vez Boq.
-Ya te lo he dicho antes. No entiendo la religión; en cambio, el concepto de convicción es algo que estoy empezando a asimilar. En todo caso, cualquiera que tenga una auténtica convicción religiosa es, a mi entender, un convicto religioso, por lo que merece que lo encierren.
De ahí tu aversión a todo tipo de agua –observó Crope-. Podría ser una salpicadura bautismal, sin que tú lo sepas, y entonces tu libertad como agnóstica silvestre podría verse recortada.


Y es que Elphaba, debido a su defecto en la piel, acabará siendo una chica rebelde, iconoclasta, atea… interesante. Para más tarde convertirse en una revolucionaria y hasta en una defensora del terrorismo como forma de cambiar el mundo. Un mundo dominado por la arbitraria tiranía de El Mago de Oz, en el que encontraremos continuos guiños al león, al espantapájaros y al hombre de hojalata, incluso a la supuesta bruja buena.

Son todo efectos, Glinda –dijo-. No hay nada antológicamente interesante en la magia. Pero tampoco creo en el unionismo –proclamó-. Soy atea y aespiritualista.


A uno le cuesta imaginarse a Elphaba siendo joven, siendo atractiva, incluso manteniendo relaciones sexuales, y más si aún si conserva la imagen de la actriz Margaret Hamilton, que la interpretó en la adaptación cinematográfica de El mago de Oz. Pero, poco a poco, la imagen enquistada que todos conservamos de la bruja (o de esa actriz que casi murió achicharrada en una escena para después intoxicarse con el maquillaje que debía lucir durante toda la película) se difumina. Y queda sustituido por la personalidad llena de aristas y recovecos de Elphaba, una mujer atormentada, heroica e imperfecta, pero que asumió el derecho a equivocarse del pionero.

Finalmente, asistiremos a una Elphaba adulta, desengañada del mundo, que acabará convirtiéndose en la Malvada Bruja del Oeste. E incluso su vida acabará por mezclarse y superponerse a la historia que todos conocemos de Dorothy, de Kansas, y su perrito Totó, permitiéndonos ver lo que siempre se nos ocultó cuando éramos niños: que la realidad siempre es más compleja de lo que parece, y que las historias las escriben los vencedores.

En definitiva, una obra impresionante, con personajes inolvidables enmarcados en un mundo de fantasía de una riqueza sorprendente. Gracias a Maguire, nunca más volveremos a ver a la Bruja del Oeste de la misma manera.

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