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Hoy tenía pensado escribir un tutorial veraniego, pero un acontecimiento exclusivo de mi nacionalidad (es decir, que no importa demasiado en un medio español) me lleva a estar un poco triste, o más bien, desganado para la broma frívola. Aprovecho, entonces, mi estado de ánimo con nubarrones para conversar con ustedes, por fin, sobre Six Feet Under. Para conversar sobre la muerte.

Claro que escribir sobre Six Feet Under trasciende un poco el plano televisivo. Se trata más bien de hablar sobre una novela filosófica planteada en cinco extensos capítulos audiovisuales. No, no exagero. Cuando recuerdo escenas sueltas de esta serie me ocurre algo novedoso: mi cerebro cree que estoy recordando un libro, no unas imágenesen movimiento. Que estoy recordando un texto inolvidable.

A veces hay aromas tan intensos que parecen sabores. A veces hay amigos que cuentan tan bien un viaje que más tarde, años después, creemos haber estado allí, en ese sitio que nunca hemos pisado. Y también a veces (muy poquitas) hay programas de televisión tan palpables que parecen literatura, que se asemejan al puro y duro texto fatal leído por la noche, con esa hipnosis babeante que te dejan las grandes obras de papel.

Cada capítulo de Six Feet Under comienza con una muerte anónima, singular, precisa y arbitraria. Todas las muertes lo son. Antes de los créditos iniciales, vemos siempre a alguien que está a punto de despedirse de todo lo que conoce. No hay efectismo.

Puede ser una anciana entubada en la cama de un hospital, o la muerte súbita de un bebé de seis días, que ni quiera sabe que está vivo y que se deja llevar sin dolor ni miedo ni recuerdos. O una mujer que decide —en ese segundo de rabia— aplastarle la cabeza a su marido mediocre con una sartén. O un simple resbalón en la ducha. Todas las muertes están llenas de pequeños azares.

Cada uno de estos inicios de capítulo (que nunca duran más de tres minuto) nos acongoja y nos predispone a lo inevitable. Nos ata a la tierra, a la vida nuestra, de la que sabemos muy pocas cosas. Y en los restantes cuarenta minutos la trama te deja con los ojos en blanco.

Six Feet Under es una historia sobre nuestra muerte, la que vendrá, cualquiera sea. Y nos pone el espejo de nuestro futuro en los ojos.

Su creador, Allan Ball, ensaya su propuesta de un modo simple. Nos cuenta la historia de una familia que regentea una funeraria, que se codea con la muerte a diario porque ése es su negocio. Como un panadero amasa su pan por la madrugada, como un carpintero diseña sus mesas, los Fisher maquillan, recomponen y velan a personas que ya no son. Y mientras tanto, les ocurren cosas emparentadas con el amor, la locura y la rutina.

Estas cosas que ocurren en Six Feet Under son pequeñas cosas, nunca grandes epopeyas. La serie está salpicada por silencios y atmósferas, por climas y sobrentendidos. No es una serie que se puede escuchar mientras planchamos la camisa (las hay que sí). Tenemos que estar atentos a los detalles para encontrar la grandeza y la tenacidad del guión. Se trata de un guión paciente, nunca ansioso, que espera agazapado y nos da en la nuca cuando menos lo esperamos. Como la muerte.

No miento si digo (y los lectores que han visto la serie completa me respaldarán) que tras el final de Six Feet Under estuve días enteros como un imbécil, sin poder pensar en otra cosa. Posiblemente es el mejor final que la televisión ha emitido nunca.

La tele (el artefacto 'tele') puede desaparecer del mapa, porque ya ha tenido su broche de oro. Ni siquiera se merecía algo tan digno un aparato que también escupe tele realidad e informativos tendenciosos. Six Feet Under le da a la televisión categoría de teatro griego.

No. No hablaré de cada una de las cinco temporadas, ni de actuaciones maravillosas, ni recomendaré una parte más que otra. Hoy quería hablar sobre la muerte y su desesperante naturalidad. Del poder majestuoso de la muerte. De su desparpajo y su ironía. De cómo baila, cotidiana y ajena, a nuestro alrededor.

Hay días tristes en donde ver cuatro o cinco capítulos de Six Feet Under puede ser una excelente receta para reflexionar sobre aquéllos que nos dejan para siempre. Sobre lo que siempre será un misterio, hasta el último segundo: la intensidad de nuestra tristeza cuando se apaga un ser querido con el que desayunábamos a diario.

Agradezco tener entre mis dvds semejante antídoto. Ahora mismo, cuando deje de escribir, me iré a ver el último capítulo de la quinta temporada. Porque sé que me sentiré mejor después de hacerlo. A veces un programa de televisión es mucho más que eso. Es una obra de arte, un paliativo, una forma de hundirse en el “goce de estar triste” y pensar, con espanto, en esas frases desgastadas por el uso. Que estamos aquí de paso, que no somos nada, que todos nos encontraremos, más tarde o más temprano, a dos metros bajo tierra.

2 comentarios:

la verdad no se como llegue a leer tu blog creo que es parte de las cosas que uno hace cuando sufre de insomnio ja! hace escasas horas que vi el último capitulo de la quinta temporada y tengo que coincidir absolutamente con lo que decis. Literalmente six feet under me cambió la vida, tuvo el poder de cambiar mi vision de la vida y practicamente cumplió el rol de terapéuta durante días en los que me sentí perdido en la vida (hoy es uno de esos días je). Como decis en tu post uno se siente mejor una vez que termina de ver un capítulo, realmente te abre la cabeza y te muestra realmente lo que sentís, sin ser efectista o grandilocuente solo mostrando las cosas como son,aunque sea cruel.

Me gusta pensar que me deja una enseñanza: No hagas lo crees que está bien, hace lo que sentis que está bien. Podes engañarte a vos mismo si es lo que necesitas, pero nadie merece ser afectado por ese engaño.Por lo menos,eso es lo que yo me llevo. Aprovechar para no dejar nada sin decir.

Si algun dia vez mi comentario, saludos desde Argentina!

10 de agosto de 2011, 23:39  

Hola Gonzalo, acabo de ver tu comentario. Y veras que me parece muy curioso ya que hace unos dias me dieron ganas de volver a ver esta serie y publique esta reseña en mi facebook, y gracias a eso un amigo y yo estamos comenzando a verla desde el principio. No se que sera, y nunca he creido en lo sobrenatural, pero definitivamente hay algo mistico en eso. Saludos desde Baja California!

11 de agosto de 2011, 18:03  

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