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Scott McKenzie, 1967


Pues aqui estoy.. apenas despues de que me repuse de ese increible y espiritual viaje que significo para mi ver todas las temporadas de Six Feet Under, por fin decidi que era hora de ver algo nuevamente inspirador, y me decidi por Into the Wild. Pelicula que Sean Penn filmo en 2007. Realmente al ver el trailer de la pelicula me emocione, crei que habia encontrado mi inspiracion de vida. Me dije... "Aqui esta lo que has estado esperando Heron!" Una leccion de vida que me llevaria a Madrid en busca de mi Padre. Si, aquel padre que no conosco aun y que vive en madrid.. En fin, me estoy desviando un poco.

La pelicula cumple, bellos paisajes, buenos actores, impecable fotografia, una historia inspirada en hechos reales. Es una excelente adaptacion de un Bestseller de la vida real, y muy bien filmada, conmovedora, con frases para la historia. Pero no todo puede ser perfecto. Es la historia que ocurrio detras de este mito en que se ha convertido Christopher McCandless lo que me hizo cuestionarme si lo que hizo este chico es inspirador o fue un verdadero acto de estupidez? (Y es aqui donde tienes que dejar de leer si no has visto la pelicula.)

El viaje comienza cuando en un arranque rebeldia, Christopher, un chico que lo tiene todo, cambia su vida monotona por la calle. Al graduarse de la universidad decide regalar a los indigentes todo su fondo de ahorro y quemar sus tarjetas de credito, IDs, dinero en efectivo, incluso se da el lujo de rechazar un auto nuevo que le regalarian sus padres. Pues bien, se va a vivir la vida a lo salvaje con un solo objetivo en la cabeza: Llegar hasta las montañas de Alaska para "encontarse a si mismo".

Su viaje dura por lo menos dos años, en los cuales su familia no sabe nada de el, y en el cual se topa con personajes realmente entrañables, gente real, sin pretenciones en la vida, con historias que conmueven. Y creo que esto es lo que me gusto mas de la pelicula, me identifique con el Christopher que le gustaba ser parte de la gente, que no le interesaba la sociedad hipocrita, que buscaba la libertad y la verdad. Un autentico heroe irreverente y valiente, un personaje.

Mientras la voz en Off de su hermana esta narrando partes de su vida, da la ligera sensacion de que este heroe no sobrevivira para contar su propia historia. Y no es su muerte lo que decepciona al final, sino las circunstancias es esta. Es la parte de la historia que entra en contradiccion con los ideales que el personaje ha perseguido durante toda la pelicula. El heroe se convierte en un suicida que nunca perdona a sus padres y todo lo contrario a una inspiracion. Almenos esa es la conclusion a la que llegue despues de debatirlo por horas en mi cabeza.

Realmente Christopher tenia el derecho de hacer sufrir de esa manera a su familia? Era lo suficiente maduro para entender lo que hacia?.. No lo creo. Y finalmente no obtube lo que yo estaba esperando de la pelicula, sin embargo si me deja una leccion importante. De que se trata la vida?. De sobrevivir y aprender? o de dejarte morir por negligencia cuando crees que ya aprendiste la leccion?. Eso en mi mas humilde opinion se llama cobardia. Pero al final no somos nadie para juzgar lo que no nos toco vivir. O si?.

Hoy tenía pensado escribir un tutorial veraniego, pero un acontecimiento exclusivo de mi nacionalidad (es decir, que no importa demasiado en un medio español) me lleva a estar un poco triste, o más bien, desganado para la broma frívola. Aprovecho, entonces, mi estado de ánimo con nubarrones para conversar con ustedes, por fin, sobre Six Feet Under. Para conversar sobre la muerte.

Claro que escribir sobre Six Feet Under trasciende un poco el plano televisivo. Se trata más bien de hablar sobre una novela filosófica planteada en cinco extensos capítulos audiovisuales. No, no exagero. Cuando recuerdo escenas sueltas de esta serie me ocurre algo novedoso: mi cerebro cree que estoy recordando un libro, no unas imágenesen movimiento. Que estoy recordando un texto inolvidable.

A veces hay aromas tan intensos que parecen sabores. A veces hay amigos que cuentan tan bien un viaje que más tarde, años después, creemos haber estado allí, en ese sitio que nunca hemos pisado. Y también a veces (muy poquitas) hay programas de televisión tan palpables que parecen literatura, que se asemejan al puro y duro texto fatal leído por la noche, con esa hipnosis babeante que te dejan las grandes obras de papel.

Cada capítulo de Six Feet Under comienza con una muerte anónima, singular, precisa y arbitraria. Todas las muertes lo son. Antes de los créditos iniciales, vemos siempre a alguien que está a punto de despedirse de todo lo que conoce. No hay efectismo.

Puede ser una anciana entubada en la cama de un hospital, o la muerte súbita de un bebé de seis días, que ni quiera sabe que está vivo y que se deja llevar sin dolor ni miedo ni recuerdos. O una mujer que decide —en ese segundo de rabia— aplastarle la cabeza a su marido mediocre con una sartén. O un simple resbalón en la ducha. Todas las muertes están llenas de pequeños azares.

Cada uno de estos inicios de capítulo (que nunca duran más de tres minuto) nos acongoja y nos predispone a lo inevitable. Nos ata a la tierra, a la vida nuestra, de la que sabemos muy pocas cosas. Y en los restantes cuarenta minutos la trama te deja con los ojos en blanco.

Six Feet Under es una historia sobre nuestra muerte, la que vendrá, cualquiera sea. Y nos pone el espejo de nuestro futuro en los ojos.

Su creador, Allan Ball, ensaya su propuesta de un modo simple. Nos cuenta la historia de una familia que regentea una funeraria, que se codea con la muerte a diario porque ése es su negocio. Como un panadero amasa su pan por la madrugada, como un carpintero diseña sus mesas, los Fisher maquillan, recomponen y velan a personas que ya no son. Y mientras tanto, les ocurren cosas emparentadas con el amor, la locura y la rutina.

Estas cosas que ocurren en Six Feet Under son pequeñas cosas, nunca grandes epopeyas. La serie está salpicada por silencios y atmósferas, por climas y sobrentendidos. No es una serie que se puede escuchar mientras planchamos la camisa (las hay que sí). Tenemos que estar atentos a los detalles para encontrar la grandeza y la tenacidad del guión. Se trata de un guión paciente, nunca ansioso, que espera agazapado y nos da en la nuca cuando menos lo esperamos. Como la muerte.

No miento si digo (y los lectores que han visto la serie completa me respaldarán) que tras el final de Six Feet Under estuve días enteros como un imbécil, sin poder pensar en otra cosa. Posiblemente es el mejor final que la televisión ha emitido nunca.

La tele (el artefacto 'tele') puede desaparecer del mapa, porque ya ha tenido su broche de oro. Ni siquiera se merecía algo tan digno un aparato que también escupe tele realidad e informativos tendenciosos. Six Feet Under le da a la televisión categoría de teatro griego.

No. No hablaré de cada una de las cinco temporadas, ni de actuaciones maravillosas, ni recomendaré una parte más que otra. Hoy quería hablar sobre la muerte y su desesperante naturalidad. Del poder majestuoso de la muerte. De su desparpajo y su ironía. De cómo baila, cotidiana y ajena, a nuestro alrededor.

Hay días tristes en donde ver cuatro o cinco capítulos de Six Feet Under puede ser una excelente receta para reflexionar sobre aquéllos que nos dejan para siempre. Sobre lo que siempre será un misterio, hasta el último segundo: la intensidad de nuestra tristeza cuando se apaga un ser querido con el que desayunábamos a diario.

Agradezco tener entre mis dvds semejante antídoto. Ahora mismo, cuando deje de escribir, me iré a ver el último capítulo de la quinta temporada. Porque sé que me sentiré mejor después de hacerlo. A veces un programa de televisión es mucho más que eso. Es una obra de arte, un paliativo, una forma de hundirse en el “goce de estar triste” y pensar, con espanto, en esas frases desgastadas por el uso. Que estamos aquí de paso, que no somos nada, que todos nos encontraremos, más tarde o más temprano, a dos metros bajo tierra.

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